Estudié en un colegio francés de Barcelona. Como comprenderán, el catalán tenía muy poca importancia, así que mis conocimientos sobre esta lengua y cultura son algo pobres. Sin embargo, todavía recuerdo el día que descubrí a
Pere Calders. En clase, leímos Invasión sutil, un cuento que jamás he olvidado. Aquí lo tienen:
"En el Hostal Punta Marina, de Tossa, conocí a un japonés desconcertante, que no se parecía en ningún aspecto a la idea que yo tenía formada de esta clase de orientales.
A la hora de cenar, se sentó a mi mesa, después de pedirme permiso sin demasiada ceremonia. Me llamó la atención el hecho de que no tenía los ojos oblicuos ni la piel amarillenta. Al contrario: en cuestión de color tiraba a mejillas rosadas y a cabello rubio.
Las muñecas Blythe, con sus enormes ojos redondos, espantaron a los niños norteamericanos. En Japón causan furor.
Yo tenía curiosidad por ver qué platos pediría. Confieso que era una actitud pueril, esperando que encargase platos poco corrientes o combinaciones exóticas. El caso es que me sorprendió haciéndose servir ensalada –“con mucha cebolla”, dijo-
capipota, salmonetes a la brasa y almendras tostadas. Al final, café, una copa de coñac y una breva (un puro).
Me había imaginado que el japonés comería con pulcritud exagerada, irritante incluso, pinzando los alimentos como si fuesen piezas de relojería. Pero no fue así: el hombre se servía del cuchillo y el tenedor con gran desenvoltura, y masticaba con la boca llena sin complicaciones estéticas. A mí, la verdad, me hacía cuestionarme las ideas recibidas.
Por otra parte, hablaba catalán como cualquiera de nosotros, sin una sombra de acento forastero. Eso no era tan extraño, si se considera que esta gente es muy estudiosa y lista en gran manera. Pero a mí me hacía sentir inferior porque no sé ni pizca de japonés. Es curioso constatar que el toque extranjero en la entrevista lo ponía yo, condicionando toda mi actuación-gestos, palabras, entradas de conversación-, al hecho de que mi interlocutor era japonés. Él, en cambio, estaba fresco como una rosa.
Los personajes que pinta Yoshitomo Nara tienen grandes ojos que atraviesan con la mirada.
Yo creía que aquel hombre debía ser representante o vendedor de aparatos fotográficos, o de transistores. Quién sabe si de perlas cultivadas...Probé todos estos temas y él los apartó con un amplio movimiento del brazo. “Yo vendo
Santos de Olot”, dijo. “¿Aún hay mercado?” le pregunté. Y me dijo que sí, que iba de baja pero que él se defendía. Hacía la zona sur de la Península y afirmó que, en cuanto tenía un descanso o venían dos fiestas seguidas, andando a casita...
-¡No hay nada como estar en casa!-apostilló con un aire de satisfacción.
-¿Vive usted en nuestro país?
-¿Y entonces?¿Dónde quiere usted que viva?
Sí, claro, son trotamundos y se meten por todas partes. Lo volví a mirar y les aseguro que ningún detalle, ni en la ropa ni en el aspecto, delataba su procedencia japonesa. Hasta llevaba un escudo del Fútbol Club Barcelona en la solapa.
Todo aquello era muy sospechoso y me preocupó gravemente. Mi mujer se había hecho servir la cena en la habitación porque estaba un poco pachucha; le conté la aventura, adornando el relato con mis aprensiones: en último extremo, se trataba de un espía.
-¿Y de dónde sacas que es japonés?-me preguntó ella.
Reí, tal vez no de buena gana, compadecido de su inocencia.
-Los conozco de lejos....-le contesté.
-¿Quieres decir que has visto muchos?
-No, ¡pero los reconozco enseguida!
-¿Te ha dicho él que fuera japonés?
-Ni una sola vez. Son astutos...
-¿Te lo ha dicho alguien?
-Nadie me ha dicho nada ni falta que me hace.¡Tengo el instinto agudísimo!
Nos peleamos. Siempre me pincha diciéndome que soy malpensado y que cualquier día tendré un disgusto de los gordos. ¡Como si no me conociese lo suficiente! Parece que se complazca en no razonar y es de una candidez increíble. Aquella noche dormí poco y mal. No podía sacarme al japonés de la cabeza. Porque mientras se presenten como son, con la risita, las reverencias y aquella mirada de través, habrá modo de defenderse.¡Así lo espero! Pero si comienzan a venir con tanta simulación y falso aparato, nos darán mucho trabajo.".
Etiquetas: educación, gente, libros
8 Comentarios:
jaja, me encantan los cuentos absurdos XD
Que bueno. Existe un dicho (creo que inglés) que dice que si parece un pato, anda como un pato y hace cuac-cuac probablemente sea un pato.
Nos lo pasamos muy bien ayer, cuando quieras estas invitada a venir a Valencia.
jajaja, qué buen post, sí señor. Me ha tenido enganchada hasta el final. Le podría pasar a cualquiera ya que tendemos a clasificar a la gente.Besos
Me alegra que os haya gustado el cuento. A mí me pareció genial y, además, me hizo gracia porque suelo hacer lo mismo que el protagonista: me fijo en la gente y les doy un pasado, una meta y una personalidad. Lo que dice Thesil, vamos.
Yo también lo pasé muy bien, Jacarma. De hecho, pensé en el cuento por vosotros: seguro que en marzo sois auténticos japoneses como el del cuento, jeje.
Da que pensar Heidi, porque a veces parece que seamos nosotros más japoneses que nuestra profe de japo :)
Un abrazo
Buenísimo!!! jo parlo catalá una miqueta. Un petó molt fort
Jo també! :-)
Muy bueno heidi, un beso!
A ti también te gusta Yoshitomo Nara!!!
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