Party time en Carrefour

Tengo que hacerles una confesión. Aquí donde me ven, tan fina, me pierden los hipermercados. No es que me extravíe (tengo un gran sentido de la orientación), es que me fascinan. Y digo “hipermercados” para que no suene nada fino. No les estoy hablando de “grandes superficies” con tiendas de moda, me refiero simple y llanamente a los hipermercados. Cuanto más cutres y, sobre todo, grandes, mejor. Para mí, visitar el Carrefour es todo un jolgorio. Mejor que un parque de atracciones. Mejor que una fiesta. Mejor que el sexo. Para que se hagan una idea:

Eso mismo hago yo, pero sin cantar.

Recorro todos y cada uno de los pasillos (para desesperación de Nikochan) con los ojos salidos y toco todo lo que puedo. Me encanta palpar, notar las texturas, apreciar el peso, sacudir los botes y sentir lo que contienen. ¿Se puede ser más cutre? Sí. Siento una especial predilección por los productos “marca de la casa”. Es decir, los que distribuye el propio supermercado; marcas como “Hacendado”, “Día” o “Hipercor” me vuelven loca. ¿Y qué decir de la ropa? Me encantaría ver algún día en una revista como Vogue o Marie Claire una editorial de moda con modelos exclusivamente de la marca Eroski. Por no hablar de las ofertas o “productos destacados” de la semana. En eso, Lidl se lleva la palma: tan pronto tienen trajes de neopreno a 10 euros como venden moldes para pasteles en forma de osito. Cuando encuentro alguna rareza o novedad (como sushi refrigerado to take away o champús de 5 litros), me siento verdaderamente feliz. Es una sensación muy infantil, como si hubiese encontrado el mayor tesoro pirata de la historia. ¿Quién quiere aventuras existiendo grandes superficies?